El ser humano es complejo

Nos topamos cada día con multitud de opciones. A veces, incluso dándonos cuenta de que no es lo mejor, elegimos algo porque supone menos esfuerzo, es más sencillo, o más barato, y alejamos las consecuencias de esa decisión lo más posible en nuestra mente a un futuro muy muy lejano en el que nunca tendremos diabetes, por ejemplo.

A veces ni siquiera tenemos otra opción, aunque queramos. En ese sentido siempre me ha gustado la teoría de las botas, en la que un hombre pobre se gasta el doble que uno rico en botas por la sencilla razón de que no tuvo dinero para comprarse unas buenas desde el principio y ahora tiene que cambiarlas casi cada año. Pienso mucho en las botas del capitán Vimes de la Guardia Nocturna (guiño a quien sepa quién es) y la rentabilidad de las inversiones que se hacen a lo largo de la vida. 

Algunas inversiones son a largo plazo, y sabes bien lo que es una inversión a largo plazo porque vas a casarte y lo haces no solo porque quieres, seguro que te has dado cuenta de que en muchos aspectos también te conviene.

 Otras son a corto plazo, que volviendo al tema (porque como Francisco Umbral, hemos venido a hablar de nuestro libro), honestamente, la celebración de la boda es solo la celebración de la boda, tenéis toda una vida por delante.

Sin embargo, no todas las inversiones se valoran con los mismos parámetros. Y he aquí el quid de la cuestión, porque voy a hacer una pequeña proclama del “porque quiero y me hace feliz”. 

La rentabilidad debe incluir el grado de satisfacción que produce tanto la inversión como el resultado, porque de nada sirve que guardes el dinero del viaje de novios, y de todos los demás, para poder meterlo en la hipoteca si con ello vas a estar lamentando durante 30 años no haber hecho ese viaje. Tampoco tiene sentido perder la casa por no poder pagar la hipoteca solo porque querías dar la vuelta al mundo. ¿O sí?

 El ser humano es complejo, y al final hay que meter la felicidad en la ecuación. Elegir entre un convite pantagruélico y riquísimo, o una decoración exquisita, o meter el dinero en la hucha por si las vacas flacas, es complicado, pero creo que en el fondo todos sabemos lo que nos llena más. Y es distinto para cada persona. Personalmente me gusta pensar en nuestro trabajo como una inversión a largo plazo, porque quiero pensar que lo que hacemos es significativo y va a ser visto muchas veces a lo largo de los años, esperamos que sea así, pero habrá quien no vuelva a mirarlo en 40 años (cosa que nos apenaría mucho) y no obtenga felicidad con él. Evidentemente para esa persona no sería buena idea gastarse un dineral en un buen vídeo de boda o unas buenas fotos, a no ser que su felicidad consista en que sean otros quienes lo vean.

Así que cuando te plantees una inversión, mira en tu corazoncito, no solo en la carpeta de números. Hay que ser racional y eso implica también darnos cuenta de que tenemos emociones y diferentes formas de valorar las cosas. Puede que la costumbre nos diga “esto se hace así y así” pero al final lo que es valioso para ti solo lo decides tú, y esa es la medida de tu vida.